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Volví a India a mediados de enero.

Antes de iniciar el primer semestre de 2012, me mudaron a un apartamento en un piso 14 a diez cuadras de la universidad.

Compré muebles de bambú, muy hermosos y cómodos, y decoré con incensarios el altar a mi divinidad, compartimiento esencial en todo hogar hindú.

Desde hacía unos meses el mundo fue estremecido por temblores, tsunamis y terremotos; la frecuencia era casi semanal y caían multitudes muertas.

Los gurúes y charlatanes hablaban del fin del mundo según el calendario Maya.

En febrero terminé la edición de mi filme Hamlet Unbound (Hamlet de América), y, tras pagar la cuota de cien dólares que requerían, lo envié al Festival de Cannes, en donde pasó varias rondas eliminatorias.

Estaba esperando la respuesta final en la segunda semana de abril.

Fue entonces que supe, a través de mis meditaciones, que Mr. Hachat estaba conspirando para que no me renovaran el contrato de trabajo en octubre.

En Bucaramanga mis enemigos conspiraban también laboriosamente para que en la universidad en la que había trabajado en Bucaramanga, no me volviera a contratar a mi regreso a Colombia, tal y como habíamos acordado antes de mi partida. 

Me refugié en la oración.

Corría la mañana del 11 de abril y tras estudiar las escrituras reflexioné sobre varios pasajes, en particular el salmo 28, 3:

No me arrebates a una con los malos, Y con los que hacen iniquidad: Los cuales hablan paz con sus prójimos, Y la maldad está en su corazón” (Reina Valera).

También el salmo 35, 7-8:

Sin motivo, ellos me tendieron una trampa;

sin motivo, cavaron un hoyo para mí.

¡Que sean quebrantados de repente,

y caigan en la trampa que antes me tendieron!

¡Que caigan en ella, para su desgracia! (RVC)

Las palabras resonaron como sentencias en mi corazón, y noté que se asemejaban a una lectura de septiembre 11 de 2001. Comprendí la magnitud de la prueba en que había caído el año anterior, cuando la sed de dinero, fama o poder, tan propia de la herejía arriana que domina La Inquisición y sus espurios papas, me tentó a renegar de Jesús.

Y entonces sentí la angustia de todos aquellos que había conocido en India ante su inminente muerte.

“¡No, Señor!”, supliqué recordando lo que ya había vivido el 11 de septiembre del 2001.

Aquel año vivía en Britania, en donde escribía también febrilmente ensayos sobre teología y literatura.

En mayo la Universidad de Northwestern University en Chicago me había ofrecido un puesto como docente después de un arduo proceso de selección, pero cometí el error de informar a mis antiguos docentes de Temple University. Mi mayor defecto ha sido mi fe en los demás.

 Uno de mis antiguos tutores contactó a Chicago para persuadirlos de que contrataran en mi lugar a uno de sus protegidos. Como resultado el puesto me fue abruptamente cancelado.  Olvidé el asunto y me resigné a dar clases de español como catedrático en la Universidad de Manchester.

Llegó septiembre, y en la mañana del día 11, hacia las 8 am hora de Britania, estudiaba, como todos los días, La Santa Biblia, y leí varios pasajes; entre ellos:

… pero he creado también

al que usa las armas para destruir;

no tendrá, pues, éxito

ninguna arma esgrimida contra ti,

y podrás vencer en juicio

a cualquiera que pleitee contra ti.

Esta es la herencia de los siervos del Señor,

esta es la victoria que por mí alcanzarán

—oráculo del Señor —. Isaías 54, 16 – 17 (BLPH)

Pensé en los docentes que habían conspirado contra mí, y en la indolencia de Bush hacia las víctimas de los bombardeos en Irak y me dije que esta vez continuaría escribiendo mi ensayo sobre el ateísmo en lugar de orar para defender la nación de Washington y Franklin.

Como ya mencioné, vi claramente la ciudad de Nueva York inundada en sueños, y una explosión en sus rascacielos, lo que me llevó a escribir mi novela Nuevas Tardes en Manhattan, que fue publicada en Bucaramanga en el 2000, con copias enviadas a todos los países del mundo en que tenía amigos.

Durante aquella época rezaba el rosario todos los días con mi exesposa Michelle Dupont, quien se había convertido al catolicismo luego de mi tercer peregrinaje a Fátima, en virtud de mi penitencia por los pecados de mis hermanos colombianos, los mismos que en septiembre de 2022 aprobaron el ataque del FBI y La Inquisición contra mí.

Fue el santo rosario el que evitaría a la postre la hecatombe de la inundación hacia el 2005, pero esa ya es otra historia que relataré en otro libro. Diré por ahora que soñé anticipadamente el accidente del avión que aterrizó en el Hudson, del cual Tom Hanks hizo una película, justo días después de que mi amigo Sascha viajase a vivir en Nueva York (solo hoy veo que lo hizo a instancias de las autoridades americanas, ya alertas por mis dotes visionarias, regalos de Jesús que entonces no comprendía).

Orábamos el rosario en las noches.

Yo estaba concentrado escribiendo el ensayo “La Crisis del Ateísmo”, que a la postre sería publicado en el diario “The Philosopher[1]” de Londres, cuando oí insistentes llamadas al celular.

No contesté, sino que continué escribiendo, pero Michelle insistía e insistía.

–¡Hay bombas en NY, me dice Judy! ¡Por favor, quiere saber qué dicen los medios aquí, porque sus noticias en televisión están siendo censuradas! –me dijo.

Estaba ya tan concentrado en mis escritos que seguí trabajando.

Judy interpreta el rol de Gertrudis de mi película “Hamlet De América”, disponible en mi canal de YouTube Santander Cinemas.

Solo hoy, 11 de septiembre de 2022, me doy cuenta que otros de mis actores fueron contactados e indispuestos por la extraña alianza de la Inquisición con el FBI y la CIA. ¿No es USA acaso una nación de libertad de credos? Abordaré el tema en detalle en otro libro.

Interrumpí mi labor y bajé las escaleras para ver horrorizado la primera de las torres gemelas caer, y casi de inmediato la segunda.

Me hinqué de rodillas y oré entonces, evitando –Dios me lo indica ahora–, así que el avión número tres se estrellara contra Filadelfia o Pittsburgh, ciudades en donde mis amigos más cercanos de USA vivían.

Hoy comprendo que conocidos se hayan prestado a espiarme ante la imponente autoridad que despierta el FBI. Ya relataré en otro libro como, con el único fin de destruir estos mensajes, el FBI organizó dos compañías falsas en conjunción con  las ferias del libro de Bogotá y Bucaramanga durante 2022, y como expuse su modus operandi por las falencias que el Señor Jesús sacó a flote ante mis ojos.

El fracaso de tan costosa e innecesaria operación sorprendió a otras agencias de inteligencia, al tiempo que suscitó un mayor interés por mi obra.

Censurados y perseguidos, mis escritos y videos no son ignorados por naciones distantes, las cuales, con softwares que les permite acceder a las plataformas de YouTube y Amazon sin ser detectados, las estudian en detalle.

¿No debía, ahora, por lo tanto, interceder por los hindúes?

“¿Hay un sólo individuo que consideres justo?” preguntó aquella voz portentosa del Dios del antiguo testamento, la misma de Shiva, la misma de Alá.

Pensé en mis amigos, y vi que ninguno era totalmente bondadoso; ocultaban pequeños intereses egoístas. Oré por ellos. La presencia eran tan intensa que me agotó. Tambaleándome, caminé hasta el borde de mi cama, en donde caí profundamente dormido.

Gritos de mujeres y niños me despertaron. Al abrir los ojos mi ventilador bajo el techo oscilaba de izquierda a derecha.

¡Era un temblor de tierra! Me levanté y fui al balcón, desde donde vi gente gritando, corriendo en todas las direcciones. Presentí que debía ir a la cocina.

Caminé por instinto y pasé junto al altar a Jesucristo. “Entonces”, pensé, “el edificio caerá y sobreviviré entre los escombros. Me rescatarán y viviré.”

Me irritó pensar que todo mi mundo dejaría de existir, así que regresé al altar de Jesucristo, y arrojándome de rodillas ante él, señalando con mis dedos su corazón en llamas, clamé:

–¡Señor Jesús, hijo de Dios! ¡Tú puedes detener este terremoto! ¡Has dicho que me amas! ¡Ten piedad de nosotros!

Y el terremoto cesó.

La alegría que me invadió fue sublime. Tenía clase a las tres de la tarde, así que me alisté y salí rápidamente. Al caminar sobre la acera me encontré con una dama que gritaba despavorida:

–¡Tsunami! ¡Viene otra vez el Tsunami!

Me le acerqué con mi rostro resplandeciente por lo vivido y le dije que se tranquilizara, que no iba a haber ningún tsunami.

–¡Usted! –me dijo sollozando–. ¡Usted dice la verdad! ¡Gracias! ¡Gracias!

Y a mi paso tranquilizaba a los transeúntes. Mi felicidad se interrumpió en cuanto entré a la Facultad y vi a Mr. Hachat.

–¿Dónde estaba?  –me espetó iracundo en voz alta–. ¡Aquí tembló!

Lo miré perplejo. De inmediato se percató del absurdo de su pregunta. Era obvio que yo también había vivido el temblor. Su ira era por mi rostro tranquilo.

–¡Puede irse! –gritó–. ¡Ya todos se fueron! ¡Hoy no hay clases!

Al volver a mi apartamento vi a cientos de hombres y mujeres llorando en las calles. No podía soportar sus rostros consternados. Entonces volví a mi altar y me arrodillé.

–¡Señor! ¡Ten piedad de nosotros!

–¿Han tenido piedad de los justos?

Esta vez la voz no era del Señor Jesucristo, sino la del Creador en toda su ira. Dies irae, escribieron los hombres del medioevo. Pensé en Shiva, la divinidad local, que es un dios destructor a quienes sus fieles oran para que no los destruya a ellos sino a sus enemigos.

–¿Qué justos? –titubeé.

Él sabía que yo sabía a qué se refería. Comprendí que mis viajes por el mundo eran en realidad los viajes de un justo en medio de sierpes e hienas, y que si no hubiera sido por la intervención del Señor hacía años ya habría desaparecido de este mundo.

–Pero son mi generación, Señor –supliqué–. Están angustiados por los terremotos en todo el mundo. ¡Perdónalos!

Dios se conmovió.

–De acuerdo –me consoló–; los terremotos cesarán, pero las enfermedades vendrán.

Y todo volvió a la normalidad.

Meses después me dispuse a escribir estas experiencias en prosa, pero el Señor me pidió que fueran primero escritas en poemas. Dichos poemas llegaron primero a Roma en el verano de 2012, y fueron leídas por el Papa Benedicto XVI, quien ya preparaba su renuncia y su sucesión:

Himnos a Jesús – Las enfermedades vendrán

“Y abandonaré a los falsos profetas”, me dijo

“A quienes intentaron desviarte de la Verdad”.

Y vi a los hombres y mujeres de esta tierra

Con quienes había compartido tantos días

Alegué que no carecían de nobleza

En mi ardua defensa caí en un sopor profundo

Al despertar las edificaciones se movían

Era la ira de Shiva cuando el Señor se aleja

Mas los gritos de las mujeres me compungieron

Por tus bendiciones, Señor, vuelve, supliqué

Y los bloques de cemento se calmaron

Olas de Cafarnaúm después de la tormenta

“Pues ya me alejo de quienes me desprecian”

“Pero son mi generación”, Señor, “supliqué”

“Los terremotos disminuirán”, me consoló

“Pero las enfermedades vendrán”.

El Señor dispuso, en su sabiduría, una prueba de amor que sustentaría los acontecimientos que aquí escribo.

Eran casi las 5 de la tarde y revisé mis correos electrónicos. Había uno de mi padre que transcribo:

“Hola hijos. Quiero que estén enterados sobre la operación de tu Mami…. Ayer después de la cirugía tuvo un infarto pequeño, según me dicen los médicos. La Dra Martha Trillos, que fue la anestesióloga, decidió que la pasaran a la Sala de Cuidados Intensivos, para mantenerla en observación permanente… Parece que la van a programar para la semana entrante para hacerle un cateterismo para estar seguros si es que hay obstrucción de venas y ver qué camino seguir. Los quiero mucho Hijos.”

No tenía idea que mi madre iba a ser operada, así que volví al santuario y medité para conversar con el Señor.

–Es ella la que se quiere ir –me dijo.

Y la invoqué: “¡Mamá!”. Y la vi joven, reluciente. Le sonreí y me dio la espalda: su único objetivo era reencontrarse con mi hermana fallecida, con Jeanette Cristina. Hablé entonces con mi hermanita y ella, encogiéndose de hombros me dijo: “¡No quiere escucharme!”. Volví mi atención al Señor y le supliqué que salvara a mi madre, que no la dejara partir.

–Su tiempo ha terminado –me dijo el Señor.

–¡Pero es mi madre!

–Si accedo a tus suplicas –me dijo–, vas a lamentarlo.

–¡No me importa! –dije.

–¿Estás dispuesto a sacrificar el reconocimiento que te espera en Cannes?

Se refería a mi filme, a Hamlet Unbound. Era el trabajo de mi vida, pero no podía cambiarlo por la salud de mi madre.

–Sí, Señor –dije–. Nunca he perseguido la fama.

–Que así sea –me dijo.

Entonces llamé a mi padre a Colombia.

–No autorice que le hagan el cateterismo a mi mamá –le dije.

–¿Por qué?

–El Señor Jesús la va a sanar.

Fue tanta mi seguridad, y tan fuerte la intervención del Espíritu Santo, que mi padre accedió. Los médicos, lo supe después, estaban furiosos, y lo hicieron firmar un acta en que lo hacían responsable de una eventual muerte de mi madre. Dos semanas después, ya recuperada, le practicaron a mi madre un cardiograma.

–¡Imposible! –exclamaron los doctores al leerlo–. ¡Tiene el corazón de una niña de quince años!

Llamé entonces a mi madre, quien me contó que, en efecto, había ansiado partir de este mundo, pero que la súbita aparición de sus padres fallecidos la habían detenido.

–¿Qué hace usted, mija? –la reprendió mi abuelo Rafael, y detrás de él, mi abuela Carmen–. ¿Qué es eso de andar buscando la muerte?

Los investigadores pueden consultar la veracidad de mi historia en los anales de la Clínica Foscal, y entrevistar al Dr. Cossio, que fue quien practicó la operación. Meses después, en una junta, los galenos concluyeron que las máquinas que habían registrado el paro cardiaco de mi madre había sufrido una falla electrónica.

Tal como lo predijo Jesús, mi madre se tornó de repente, bajo la influencia de su psiquiatra, en la mayor escéptica de lo ocurrido. Concluyó que todo era producto de mi delirio, y de que las máquinas habían, en efecto, sufrido un desperfecto.

–Si Dios lo ayuda tanto –me dijo varias veces, inspirada en textos del antiguo testamento–, ¿cómo es posible que no haya amasado una fortuna?

Atribuyó sus visiones a químicos en su cerebro y, cuando viajé a México, extravió todas mis imágenes religiosas, incluyendo aquella del almanaque de Jesús, a través del cual el Señor me había hablado. Pues no solo en la India, sino también en México y Colombia he sostenido nuevas batallas.

Fue la última, en Colombia, la que temí (ahora sé que sin fundamento) que perdería la vida por hechicerías de santeros.

Su persecución me redujo a una existencia modesta. Jamás, sin embargo, me ha faltado lo esencial a mí o a mi esposa, pues rico no es quien tiene más propiedades en documentos de notaría, sino quien goza de la gracia del Señor.

Mi respeto a mi madre me abstuvo de escribir estas experiencias por nueve años, hasta que la abrumadora llegada de las enfermedades me llevó, a manera de ofrenda, a registrarlo en esta bitácora a grosso modo.

Cuando conté a Thomas lo ocurrido, no sólo dio crédito a mis palabras, sino que me recordó el santuario que existía en una esquina del Campus de la Escuela de Cine.

–¡Usted está pisando un campo sagrado, dedicado a la Santa Virgen María! –me dijo.

–Pero los nuevos dueños no son cristianos –repuse–. ¿Por qué no lo han removido?

–¿Está usted loco? –exclamó–. En India, destruir un santuario de un dios ajeno es considerado el peor de los errores. Grandes desgracias caen sobre los que se burlen de cualquier divinidad, sea éste Lord Murugan o La Virgen María.

Al volver a mi facultad relaté lo ocurrido a mi decano, el Sr. Bankras, quien se jactaba de ser ateo. Formuló refinados sarcasmos, a los que repliqué con argumentos teológicos.

Al cabo nos despedimos cordialmente. Se diría que olvidaría mis comentarios, pero al día siguiente un equipo de albañiles y sacerdotes estaban trabajando en el centro del campus, frente a mi edificio.

–¿Qué hacen? –pregunté a Thomas.

–Erigen un santuario a Lord Ganesha. –respondió señalando una inmensa estatua del dios con cabeza de elefante.

En julio mi estudiante Loki, cuyo dominio del inglés era perfecto, me presentó a su abuelo, el Sr. Bergrana, quien había sido un gobernante local.

La simplicidad de su apartamento, su sabiduría y su gentileza me impresionaron.

Conversé con él sobre las manifestaciones divinas que había tenido el año anterior y, para mi sorpresa, me dijo que hacían parte de la filosofía del Mahabharata original, escrito en Tamil hacía tres mil años, texto que él había traducido al inglés a lo largo de los últimos años.

 Le enseñé mi texto sobre cine y mi filme sobre la corrupción en Colombia y, para mi sorpresa, al mes siguiente me invitó a que cenáramos para discutir sobre ellos.

–Me parecen muy sólidas sus observaciones sobre el cine a partir de la epistemología –me dijo–, y lo que más encuentro innovador es su aproximación al cine desde el teatro universal.

Luego discutió Los Crímenes de Kennedy:

–Tiene continuidad –me dijo alegrándome la velada–, excelente iluminación y diálogos muy profundos. Pero me sorprende que no lo hayan matado a usted por denunciar la corrupción en su país.

Le expliqué que el filme había pasado prácticamente desapercibido, si bien lo habían comentado en la Emisora de Radio de la Universidad Nacional.

–¿No es eso suficiente? –me dijo–. Hay películas que exhiben y nadie comenta.

–Criticaron falencias en la actuación –dije–, y con razón.– La mayor parte de los actores no se aprendieron la letra y tuvimos que emplear cartulinas para que leyeran los textos.

–Eso es algo que sólo los expertos en cine saben –me consoló–. En todo caso es un gran paso que usted haya llevado la temática de la corrupción al cine. Sus compatriotas ven que el problema no es de los políticos, sino de ellos mismos.

Fue poco después de la experiencia de abril que viajé por dos meses a Canadá y Estados Unidos.

El contrato sería terminado el 31 de octubre, día predilecto de los brujos y santeros.

Y, como relataré en mi novela sobre la India, aquel día los gurús y sacerdotes quisieron manipular un ciclón, el cual vi aproximarse contra mí a la salida de mi apartamento con mis pertenencias.

Fue de nuevo el Señor Jesucristo el que intervino desviando aquel agente destructor hacia Pondicherry, balneario desde el cual mis enemigos fraguaban sus maldiciones. El periódico local reportó al siguiente día:

“… fortunately there are no reports of any major damage in and around Chennai despite heavy rains and strong winds”.

“Afortunadamente, no hay informes de daños importantes en Chennai y sus alrededores, a pesar de las fuertes lluvias y los fuertes vientos.”

El objeto de mi obra como escritor y director de cine y de teatro ha sido, es y será expresar, a través de la metáfora y el relato, lo que he vivido bajo la gracia del Señor: viajes inesperados, sanaciones, ataques que son destruidos antes de lastimarme a mí o a mis seres queridos, ayudas inesperadas, premoniciones, tentaciones y ayunos.

Sé también que la peste que asola al mundo cesará el día en que haya un número suficiente de corazones de buena voluntad. Y el remedio vendrá, no por esfuerzo de la ciencia, sino por la gracia del Señor.

Dios lo revele.


[1] Santander, Hugo (2003). The Crisis of Atheism. The Philosopher 91 (1).

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